Dia 25 Nov en Heraldo: En la cúspide de la anatomía gorrina
Alejandro Toquero| 25/11/2012
El secreto, la presa y la pluma son tres de los despieces del cerdo más codiciados, especialmente si es ibérico. Hace unos años adquirieron un gran protagonismo en la carta de muchos restaurantes, aunque hoy su presencia es más discreta.
Sucede en ocasiones que un producto, no se sabe muy bien cómo ni por qué, aparece como de la nada y se eleva a los altares gastronómicos. Tal vez el caso más paradigmático sea el del cabracho, un pescado muy poco apreciado hace unos años, que creció en estima y en consideración (en precio, también) a raíz de la receta de pastel de cabracho que Juan María Arzak se inventó en los años 70 del siglo pasado. Y ahí sigue, manteniendo muy bien el tipo entre los pescados más valorados.
Algo parecido podría decirse de nuestras protagonistas, tres de las piezas más apreciadas del cerdo: la presa, el secreto y la pluma; tres despieces relativamente pequeños que siempre han estado ahí, pero cuyo destino gastronómico ha cambiado mucho en poco tiempo. No tengo la certeza de cómo y de quién descubrió estas joyas para trabajarlas de forma singular, pero a buen seguro que sucedió algo parecido a lo de Arzak: la presencia de un cocinero avispado, el hecho de conocer bien la anatomía gorrina y el deseo de buscar nuevos alicientes gastronómicos.
En el caso que nos ocupa no puede establecerse una fecha tan clara del momento en el que estas tres piezas salieron del anonimato. Eso sí, uno recuerda que fue aproximadamente hace cuatro o cinco años cuando se produjo un 'boom' de secretos, presas y plumas en los menús y las cartas de tantos y tantos restaurantes. A día de hoy, se ha producido una evolución lógica: no es que hayan pasado al olvido, pero su presencia en la restauración se mantiene en un nivel mucho más discreto, el que probablemente le corresponde a unos productos ciertamente escasos.
Despiece
Roberto Aguilera, propietario de Cárnicas Aguilera, con dos carnicerías abiertas en Ariza y Cetina, es un buen conocedor de estas piezas. Y, sobre todo, sabe bien a qué se destinaban antes de brillar con luz propia. Se sabe de memoria el despiece del cerdo y nos va a ayudar a conocer de qué productos estamos hablando. «Para entendernos -explica-, la presa se encuentra adosada a la escápula, formando parte de la cabecera del lomo». Su aspecto, no muy agraciado, hizo que durante mucho tiempo se dedicara, sobre todo, a la elaboración de morcón y a piezas exquisitas como la cabeza de lomo embutida. Prosigue con el relato de sus características asegurando que «tiene mucha grasa entreverada en la masa muscular», y de cada cerdo se obtienen dos piezas de entre 500 y 600 gramos cada una.
La pluma se sitúa en el otro extremo del lugar donde está la presa: en la parte final del lomo y, por tamaño, el gorrino todavía es más tacaño: una vez desprovistas de su grasa exterior, las plumas (tiene dos, como en el caso anterior) apenas llegan a los 100 gramos cada una. Es lo que se conoce como el recorte caudal del lomo, de una forma ligeramente alargada y triangular. Roberto Aguilera asegura que «no resulta fácil de localizar, apenas da para una ración y es la pieza más cara». Y para unos cuantos buenos conocedores de estos productos, el bocado más exquisito de los tres.
Y el más conocido, claro, es el secreto. La anatomía simétrica de este maravilloso animal que es el cochino nos vuelve a ofrecer dos partes. Este carnicero describe su ubicación: «Se encuentra junto a la maza de la paleta, en la zona interna del lomo, lo que vendría a ser la axila del cerdo». También se conoce como cruceta, apenas supera los 200 gramos, es poco atractivo a la vista y tiene un corte no muy regular, pero de nuevo la grasa entreverada lo convierte en un estupendo bocado.
Ibérico
Todos los cerdos atesoran estas cotizadas piezas, pero no es lo mismo, ni siquiera parecido, el resultado culinario de una presa o de un secreto ibérico que el de un cerdo blanco. Roberto Aguilera, de hecho, tan solo trabaja el producto ibérico. «La calidad de su carne y de su grasa es el resultado de su alimentación, y tal vez en estas tres piezas es donde la diferencia se hace más notable respecto a un cerdo de producción industrial; son productos totalmente distintos». En cualquier caso, la mayoría de estos cortes proviene del cruce de animales ibéricos con razas blancas más productivas, lo que hace rentable su extracción.
Roberto trabaja mucho con restaurantes de un nivel medio-alto y confirma que se siguen demandando, «quizás no tanto como hace unos años, pero tienen un público muy fiel». No es que este carnicero se considere un experto cocinero, pero él no ha encontrado mejor forma de preparar estos despieces que pasados por la plancha o asados en la parrilla o en la barbacoa, y sin hacer mucho, porque «corremos el riesgo de que se resequen». Si acaso, la presa, por su mayor tamaño, admite asados como el rosbif, vigilando también que en su interior no esté muy hecha la carne, sobre todo si se trata de un cerdo ibérico.
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